
Brujas
// Parte 4 //
Capitulo 2 // El desierto de Isar y sus secretos
El desierto mostraba su lado más oscuro a los viajeros, extrañas sombras zigzagueantes surgían de las arenas blancas, algo se ocultaba bajo ellas, esperando el momento para atacar ¿O simplemente era el miedo ancestral ante un paisaje sin vida? Presagio de lo que les sucedería a los aventureros ante el menor error. Huesos de infinidad de criaturas marcaban el sendero a seguir; Apra avanza segura hacia un conjunto de rocas que apenas se elevaba unos dos metros. Sacó su varita y toca una de las piedras:
—Quiero pasar, exclama con voz firme. Las rocas se dividieron mostrando un sendero con escalones que apenas dejaban colocar los pies en ellos.
—Deben caminar de lado por su seguridad, replicó la bruja. Los chicos le siguieron con dificultad, al cerrarse las rocas tras ellos, la oscuridad se apodera del camino. De nuevo la hechicera recurrió a la varita solicitando luz.
El reflejo de luz en la pared apenas servía para poder colocar correctamente los pies y no caer al vacío, los escalones continuaron, Lince hizo el acertado cálculo acerca de que tenían algunas horas bajando por aquella escalinata, el calor había desaparecido, no asi la sensación de que el aire se enrarece a cada paso. Apra levanta su mano en señal de detenerse, un muro repleto de símbolos impedía continuar. Trato de usar la magia, sin funcionar, al parecer se hallan en una trampa! Nera contempla detenidamente algunos de los diseños en la puerta de piedra, recordó como en su niñez se relataba la leyenda de un pasaje al infierno cuidado por un demonio al que le enloquecía comer. Toma, dijo Nera a Lince, pon esta canasta de frutas cerca del muro. El chico lo hizo sin preguntar, al colocar el recipiente en el suelo, unas negras y gigantescas manos cubiertas de un grueso pelaje salieron del suelo diciendo: —Pueden pasar.
El pasaje emerge ante ellos, es una tierra pródiga de plantas y pequeños caballos que pastaban cerca de la entrada. El viento jugó con la cabellera de Apra, Lince miraba extasiado , el bosque de árboles enanos repletos de frutos dorados y rojos. Conejos de pelo largo se escabullen de madrigueras rodeados por sus crías…
—¿Esto es magia? Pregunto Lince, o enloquecimos?
—Esto no es la entrada al infierno, replica Nera, es un pequeño paraíso, mira, mira, decía entusiasmada!
Apra continuo, guiada por un sendero apenas visible. Descubrieron a lo lejos, domos triangulares cubiertos de césped y flores, eran casas, miraron con algo de ansiedad , esperando ver los habitantes que con tanto esmero cuidan del lugar. Recorrieron lentamente los senderos que guiaban a cada una de las cabañas, enmarcados con piedras de diferentes diseños y colores; una cabaña con piedras verdes imitando las ranas croadoras fue la primera a la que accedieron, tocando antes la hermosa puerta de abedul adornada con dibujos florales…
—¡Hay alguien allí, por favor solicitamos vuestra ayuda! Grito Nera. El silencio fue la respuesta. La luz continuaba iluminando aquel extraño mundo. Lince fue el primero en señalar hacia una de las paredes altas que rodeaban el lugar, pequeñas sombras con cuernos sobre su cabeza parecían deslizarse de un lado a otro.
—Es el infierno, dijo Nera con miedo, los narrantes tenían razón… estamos perdidos.
Apra observó una de las sombras y señalando con su varita dijo:
—¡Hazte carne! Un chillido lleno la aldea, un pequeño ser semejante a un fauno fue arrastrado ante los pies de la hechicera; al instante, de las paredes y el suelo surgen cientos de estas pequeñas criaturas que apuntaban amenazadoramente al grupo de extraños con dagas y mazos de púas. Uno de ellos coronado con unos cuernos de plata, se presenta diciendo:
—¿Qué desean los forasteros? ¿Nuestros tesoros? ¿Cómo han logrado encontrarnos?
—No venimos por ustedes, dijo Apra, seguimos el camino a la Fortaleza de los Hechiceros, necesito alimentar mi poder para llegar a la Arboleda…
—¿Solo las aves videntes saben de este sendero, que han hecho con ellas? Pregunto de nuevo el rey Faar
—Su majestad me dio el poder para visualizar el camino a la fortaleza; atravesando tus tierras llegaré a las puertas de la ciudad de la Eterna Belleza, desde allí a la Ciudadela de los ladrones, y por último a las Cuevas de la Sabiduría, puerta hacia la Arboleda, dijo con seguridad la hechicera.
—El pequeño fauno se ríe a carcajadas. Lo dices como si fuera un simple paseo al parque. Toda la tierra está convulsa, los Mayores van a intentar detenerte; tus hermanas han partido ya, solo quedas tú, y te perseguirán hasta tomar lo que desean.
—Lo sé, dijo ella , por eso necesito tu ayuda, si ellos pueden usarme como llave a nuestra dimensión, toda esta tierra morirá, junto a tu pueblo y sus tesoros.
El rey Farr suspiro.
—Sigue tu camino, no impediremos tu paso, debes saber que tus enemigos han dejado a un vigilante en cada uno de los caminos a Arboleda, dudo que logres llegar a tu destino.
—Quiero pensar que lo lograré, prefiero ofrendar mi poder antes que ellos puedan tomarlo. Para eso sabes que necesito uno de tus tesoros…
—¿Qué obtendré a cambio? La daga negra es muy poderosa. Respondió el fauno
—Lo sé, como también sé que de nada te servirá, solo funciona para eliminar a hechiceras y por lo que me dices, solo yo quedo en este mundo… a menos que quieras utilizarla para cumplir tu trato con los Mayores…
—¿Cómo sabes acerca de su visita? Pregunta el rey fauno con curiosidad.
—Ellos cargan la oscuridad consigo, un olor peculiar, acre… el olor de la sangre derramada por inocentes. ¿Me ayudarás o no rey de los faunos?
—Te ayudaré a cambio de tu Libro de Hechizos… Afirmó con convicción.
—Bien, Nera, ordenó, dame el libro, y tomando el atado lo dio al ser. Este lo sujetó en sus manos con profunda devoción, abrió unas cuantas de sus páginas, luego dijo: toma, es la daga, procura usarla cuando las lunas se hallen en lo alto del cielo, será más efectiva. La hechicera dio las gracias, observa a Lince y a la chica diciendo:
—Es hora de irnos, tomaremos el sendero cerca del lago; ellos no atacarán. Sus pasos avanzaron rápidamente por aquel paisaje cautivador. El reflejo en el agua dejaba ver un cielo rojizo; tres figuras que caminaban silenciosamente oyendo el tenue oleaje del agua.
Lince fue el primero que se atrevió a preguntar qué había sido todo eso acerca de la daga
—¿Qué han escuchado ustedes acerca de las hechiceras? Pregunta Apra mientras continuaba su andar.
Nera respondió:
—Son las encargadas de la magia en el mundo medio; la magia es la energía que equilibra a nuestro mundo, dicen que vinieron de un lugar lejano, de las lunas gemelas… un pasaje oculto las lleva de un lugar a otro; cuando la última de ellas se haya ido nuestro mundo desaparecerá… al menos eso decía mi abuela.
—Tu abuela tiene razón ,dijo la bruja. Yo soy la última de las hechiceras en este lugar, cada setecientos años son enviadas nuevas hermanas a cargo de restablecer la armonía de fuerzas, el bien y el mal son dos poderosos combatientes; ninguno debe superar al otro; pero los Mayores han roto el pacto; han cerrado el pasaje, cuando fui notificada estaba muy lejos de Arboleda, si no llego en tres días, el pasaje desaparecerá, no habrá nadie que establezca la conexión; será el fin, no podré volver a casa, moriré aquí, sin volver a reunirme con mis seres amados. Si no logro mi cometido, mis enemigos obtendrán mi poder para su beneficio; si utilizo la daga no podrán hacerlo.
—¿Crees que lleguemos a tiempo? Pregunto Lince.
—Espero por vuestro bien y el mío que lo logremos; si la conexión no ha sido totalmente destruida, mis hermanas vendrán acompañadas de los Dioses Blancos, quienes se encargaran de restablecer el orden. Dijo Apra rogando en sus adentros que su plegaria fuese escuchada. Al atardecer un enorme muro cerraba el paso. Una puerta gigantesca decorada con preciosas figuras humanas señalaba la entrada a la Ciudad de la Eterna Belleza.
La hechicera ordeno a los chicos detenerse, rociando sobre ellos un poco de polvos negros; la magia no se hizo esperar, los rostros de los chicos envejecieron y se llenaron de pústulas.
¿Qué haces preguntó Nera?
—Los protejo, dijo, convirtiéndose en un obeso mercader, cuyas carnes se movían ante sus estrepitosas carcajadas, soy un banquero, y traigo mucho oro y plata en esos fardos, dijo señalando los fardos de pociones. Es hora, dijo suspirando, no confíen en lo que vean ni en lo que oigan; es una ciudad perversa, estén atentos.
Ella coloca un trozo de oro sobre una de las figuras de la puerta, un chirrido metálico se escucha mientras la hoja de la puerta se abre de par en par… Un par de jóvenes soldados de hermosa presencia saludo a los visitantes.
—Soy Calibar, un banquero, y estos son mis sirvientes, solicito posada en vuestra ciudad.
—Venid con nosotros, dijo uno de los soldados, nuestro gobernador debe decidir sobre vuestra petición. Lince y Nera apenas podían creer la belleza de aquellos jardines y edificaciones, cada detalle, cada jardín, cada mural realizados con exquisita maestría. Cúpulas doradas se alzaban saludándose unas a otras, el suelo adoquinado, mostraba mosaicos que al alejarse visualmente muestran pasajes de la vida cotidiana en aquella maravillosa ciudad. Sus habitantes observan con asco y repugnancia aquellos viajeros; Nera parece darse cuenta de que todos los residentes del lugar tenían una edad similar , tan jóvenes como lo eran ella y Lince; sus ropas eran tan fastuosas como la ciudad, sus peinados, sus joyas; un mundo perfecto donde la fealdad no existía. ¿Por qué Apra les había advertido sobre la ciudad y sus habitantes?
El palacio del gobernador estaba rodeado por un anillo de arbustos con forma de unicornios, una fuente de plata lanzaba pequeños chorros de agua multicolor. Una escalinata daba a una silla alta donde un hermoso joven les esperaba.
—¡Saludos noble banquero! Debes saber que nuestra ciudad suele recibir tributos para poder cruzar nuestras fronteras. ¿Qué has traído tú?
—Traigo este bulto con oro y plata, ¿os parece señor? Contesto el obeso hombre riendo y mostrando su dentadura cariada. El rostro del chico muestra una expresión de asco; pese a ello con una sonrisa insta a los visitantes a dormir en la casa de los huéspedes ubicada en las afueras de la ciudad. El banquero da las gracias, indicando a sus sirvientes seguirles. Los soldados les llevaron por un sendero terroso diferente al resto de la ciudad, hasta una vetusta casa de piedra con la insignia de un ojo dentro de un triángulo. Cuando entraron Apra hizo un mohín de molestia en su rostro, era una trampa. Lo presentía, el olor en la estancia denotaba la presencia de saurios, quizás ocultos esperando el momento para robar los atados que había presentado como riquezas; el enorme salón contenía una mesa y algunas viejas sillas apoyadas en las paredes. Apra camino a una de ellas, sentándose ruidosamente mientras rascaba su barriga; gracias chicos, dijo a los soldados; estos se retiraron rápidamente; la bruja hizo señas a sus compañeros, indicando una puerta lateral:
—Están ahí, esperando que durmamos para encontrarnos indefensos; nos haremos invisibles, es poca mi magia por lo que debemos ser rápidos en recorrer esta madriguera. Dijo la maga.
El hechizo se efectuó, los tres desaparecieron de la estancia, caminando unos tras otros, guiados por las huellas de sus pies en el suelo cubierto de polvo… Lince descubrió un pasadizo que conducía a un túnel; allí, dos hileras de jaulas estaban repletas de prisioneros, algunos heridos, otros muertos ya. Apra mira hacia una de las jaulas con atención, en el suelo, con una herida en su cabeza se hallaba Steph; a su derecha una anciana cubierta con una desgastada capa que le llega hasta la cabeza levanta su mirada. El corazón de la hechicera dio un vuelco; era Isa, una de las antiguas maestras que residía en la Fortaleza de las Hechiceras. La bruja se detuvo, abriendo el candado de la celda. Los prisioneros miraron sorprendidos, una voz femenina dio una orden:
— Mantengan la calma y el silencio, debemos escapar. Lince trata de abrir cuantas celdas puedas, hay un pasaje que da a una salida en la montaña norte; huiremos por allí. Apra se aproxima a la antigua maestra, eran visibles de nuevo; su mano recorrió con afecto el rostro de la anciana:
—Isa, Isa, soy yo, ¿Me reconoces? Pregunta la bruja con ansiedad observando el maltratado cuerpo de su Maestra.
La mujer respondió:
La pequeña y rebelde Apra, creí que habías partido junto a las hermanas.
—No, responde la hechicera, estaba asignada a las Montañas de los Murmullos, cuando supe lo del pasaje, estaba muy lejos… quería ir a la Fortaleza, mis poderes han sido debilitados, la conexión con las hermanas se ha roto…
—No puedes ir allá, dijo la anciana, los Mayores destruyeron el templo… fui la única en sobrevivir…
—Entonces no tiene caso llegar a la Arboleda, moriré en esta dimensión Isa, dijo con ojos aguados y voz cubierta de tristeza.
—Lo que está escrito nada puede cambiarlo; estoy muriendo Apra, mi viejo cuerpo no resistirá las heridas, dijo abriendo su capa mientras muestra un corte cerca de su pecho. No me iré en vano; tú tienes en tu poder la daga negra ¡Úsala en mi! Ruega la mujer tomando a la hechicera de la mano… sabes lo que sucederá en cuanto los saurios vean mis marcas; me llevaran ante los Mayores, absorberán mis poderes; tú sabes lo que significa eso, mi espíritu no podrá volver a nuestro hogar. Apra la contempla a los ojos, en ellos pudo observar el mundo al que ella se refería… una luna plata cruzaba el cielo, construcciones cónicas gigantescas se elevaban robando espacio a árboles gigantescos repletos de escaleras y puentes que conectaban a cada edificio; la hechicera ordenó a Nera alcanzar el morral que contenía las pócimas; buscando un pequeño frasco color rubí…
Lince entra apurado a la celda. Escucho ruido arriba, deben de estar buscándonos, no tardaran en llegar…
—Apra contempló con tristeza a Isar; buscó la daga que llevaba en un cintillo alrededor de su cintura, mojo ésta con el contenido de la pócima, levantando la cabeza de la maestra, cortó su cuello con habilidad y presteza increíbles. La sangre cubrió sus manos, un destello rojizo salió del cuerpo de la anciana muerta atravesando el cuerpo de Apra, ésta arqueo su espalda, su rostro reflejaba un dolor agudo, todo su cuerpo se agitaba… luego cayó al piso. Steph a su lado la observa diciendo:
—Espero que el poder de la vieja bruja sea suficiente , huelo a los saurios.
La hechicera levantándose del suelo contempla a su alrededor, varias decenas de prisioneros esperaban una orden, una esperanza. Muchos estaban heridos, débiles… sería difícil guiar el grupo por empinados caminos en la montaña. En segundos parece haber tomado una decisión, debían conquistar la ciudadela.
—Los que puedan cargar una lanza o espada irán conmigo, el resto en tanto se ocultara. Steph, ayuda a Lince a formar unos escuadrones…
—¿Crees que te ayudaré ? Por tu culpa estos malditos saurios me atraparon durmiendo, sabes que devoraron a mi camello, la criatura más dulce, y leal que he tenido en mi vida? ¡Vete a la mierda hechicera! Dijo el gnomo haciendo un aspaviento teatral con su cabeza.
—Bien, dijo Apra, entonces huiré con mis amigos y tú verás como te arrastras por laberintos y pasadizos buscando la salida… es todo!
—Espera dijo el enano mientras Apra fingía retirarse junto a sus amigos. Haré lo que dices, no quiero ser prisionero de esos malditos, júrame que harás lo mismo que hiciste a tu maestra en caso de no lograr vencer.
No deseo terminar como un bocado de saurio.
