Parte 2

Brujas

// Parte 2 //

—Historia interesante, pero, ¿por qué huimos de ellos?  pregunta  la joven

—Lince   sonríe de nuevo,  mira, dijo,  la única del grupo que ha sido considerada digna de  rescatar del  horrible mundo que la rodea eres tú… la bruja y yo somos considerados  abono  para sus  magníficas flores y árboles frutales. Si no  salimos pronto de aquí serás una prisionera hasta el día que pierdas tu  juventud y hermosura… 

—Qué crueles y malvados…  pensé que cambiarían   al darles el rey   esa nueva  oportunidad… dijo  molesta.

—Claro que agradecieron,  exclamó  la vieja, al menos no intentaron robar de nuevo a la Oscura. 
  
Lince se detuvo;  luego señaló hacia un túnel secundario.  Iremos por aquí dijo,  este otro lleva a la parte alta del risco…

—Crees que sea seguro?  Pregunto Apra. 

—  Es nuestra opción más evidente;  nos siguen… contestó el dispariano.

Los tres caminaron hacia el túnel secundario;  el joven ata unas tiras de su camisola, borrando las huellas dejadas, luego  pidió  a  Apra disfrazar el olor de las frutas, usadas  para seguirles

—¡Diantre de  enanos azules, dijo Nera, creí que lo hacían en agradecimiento  por tu obsequio… bastardos!
Unos cuantos minutos después que los tres   ingresaran al túnel  escogido ;  un grupo de gnomos   siguió el sendero al risco,  unas escaleras en las rocas  daban a la meseta que se  extendía a los pies de la montaña.  El camino más indicado para los fugitivos.

  Mientras éstos recorrían el angosto pasillo,  las canastas de alimento apenas pudieron pasar entre  las paredes; la luz aclaro el  camino; Nera  dio un respingo, cientos de pequeños escarabajos le recorrían el cuerpo y  el cabello; intentó arrancarlos con desesperación, al llegar a la salida, Lince se detuvo;  ésta daba  a un  precipicio donde rocas afiladas sobresalen .  
—Vaya, rastreador, tendremos que volar para llegar al camino. Dijo la bruja burlonamente.   

Lince   levantó  su  camisola,    una enorme cuerda  rodeaba su cuerpo hasta  los  hombros.

—¿Qué creen que hacía recorriendo los jardines, olisqueando   flores?  Dijo con cierto orgullo en su voz. Apra ayudó a  desatar la cuerda, esta alcanzó  varios metros,  aún faltaban  algunos  para que llegara al suelo,  tendrían que  lanzarse  intentando no lastimar sus cuerpos. Lince queda atrás, sería el último, necesitaba bajar los alimentos. Nera  cayó al suelo sin problemas, para el viejo cuerpo de Apra fue diferente. Uno de sus tobillos, el derecho,  se vió seriamente lastimado. Cuando Lince  llega  al suelo; Apra apenas podía caminar.

—Qué haremos, dijo Nera preocupada, los gnomos están cerca.

No te preocupes por ellos,  respondió la bruja, si el sol toca su cuerpo solo serán un fétido recuerdo .
Los jóvenes intentaron  aliviar el dolor de la anciana,  incluso buscaron una rama para que la vieja la usara de bordón. Fue inútil, la inflamación llegaba hasta  la pantorrilla. Los jóvenes no dijeron nada,  sabían que si seguían  en aquel sitio pronto  serían encontrados por  los saurios, los contrabandistas, o  los pobladores de Cala haciendo una de sus excursiones en busca de alimento… pese a ello  no dejarían a la mujer  a su suerte.  Ella les contempló  con agradecimiento, todavía existían almas puras  en  aquel mundo asolado por la guerra. Hizo  algunas señales a los chicos. 

—Dame  el bulto que te di pequeña, dice  con calma. Extrajo un   libro, su portada  roja era cruzada por cintillos de metal,  adornados por  una serpiente cuya boca tragaba su propia cola,  un hechizo de  un uróboras   que  resplandece  en la portada del mágico texto.

—Soy tu ama¡ abre tus secretos!   Un ruido similar al siseo de las serpientes salió del adorno metálico;  abriendo el misterioso libro, ella lo  sujeta  con ambas manos como si sostuviera  un  tesoro en  ellas. Los chicos la  observan  buscar  una página con ansiedad;  en ella  el  dibujo de un cuerpo desvaneciéndose para entrar  en  otro,  luciendo  terrorífico.

—Dame un  nuevo cuerpo!

El polvo alrededor  de la anciana se levantó formando un  remolino;  destellos rojizos escapaban  del cuerpo de la mujer, los acompañantes eran testigos de  la trasmutación de una bruja, una leyenda   que  ocupaba un sitio siniestro en la historia de aquel mundo. A sus pies, trozos de piel apergaminada caen  sin cesar,  los brazos de Apra se levantaban  al espacio mientras su boca emite  chillidos de dolor;   poco a poco el polvo se asentó.  De la boca de  Nera salió un grito de sorpresa, Lince no podía cerrar su boca, ante ellos una exuberante mujer de cerca de veintidós años  que emerge  del viejo cuerpo.  Su cabellera larga   en color azabache llegaba hasta sus rodillas,  sus ojos intensamente verdes semejaban zafiros resguardados por un rostro  aceitunado; una nariz romana, una boca carnosa, una cicatriz en su mentón,  las ropas apenas podían cubrir los turgentes senos, una cintura que parecía a punto de quebrarse completaba el conjunto.  Un tatuaje en uno de sus hombros era visible a través del raído vestido.  El chico nunca había visto belleza semejante.  La bruja los  observa  con gesto aprehensivo  preguntando a su vez:

—¿Qué pasa, parece que han visto un fantasma?

El chico la  mira  de arriba abajo,  diciendo:

— Estamos en problemas, tú y Nera son demasiado  vistosas para atravesar esta comarca,  se convertirán en un botín demasiado valioso, atraerán a los mercaderes de esclavos como una  mierda a  las moscas…

—Gracias por la comparación, dijo Nera.  ¿Qué  debemos hacer?  ¿Lanzarnos a las llamas? 
—No me refiero a eso, contestó Lince, debemos encontrar la manera de ocultar su belleza; despertara  curiosidad, dijo señalando a  Apra.

—Eso es fácil, responde  ella.  

—¡Quiero ser un saurio!

Su cuerpo  se transforma en uno de aquellos terribles depredadores.  Con su nuevo  aspecto  se dirigió cuchillo en mano hacia Nera.

—¿Qué haces?  pregunta  horrorizada  Nera , mientras sostenía sus hermosas trenzas.

Quizás desees que de ellas te sostenga tu amo, mientras te golpea o abusa de ti, dijo  la bruja sentenciosamente.  La joven miró hacia el suelo,  sujeta   el cuchillo de la mano  de  Apra, cortando con furia sus trenzas.  Los tres siguieron su camino,  el dispariano les guiaba,   dormían en refugios  durante el día, en la noche inician  su caminar.  Algunas veces las luces titilantes a lo lejos  reportan un posible  campamento de  saurios o soldados de  Cala, buscando  esclavos. Las frutas  se  acabaron , pese a que Nera  puso algunas a secar al ardiente sol, eran las últimas provisiones.  No tardarían mucho en debilitarse, el agua escaseaba también.  Lince señaló hacia el sur diciendo:  Iremos  por las viejas rutas, quizás encontremos agua y alimentos.

—Las Viejas Rutas, dijo Nera, mi padre decía que están llenas de duendes y banshees que esperan  viajeros para arrancar sus corazones.

—¿ Una  mejor idea?  Pregunto   el chico de manera hosca.

Las dos  jóvenes se miraron, era cierto, los caminos hacia  la Arboleda   no eran      seguros  ,  un suspiro  dio por terminada la discusión.  Las  Viejas rutas estaban adheridas  dentro de la memoria genética del dispariano, su  pueblo había  recorrido durante  siglos aquellos caminos y veredas,  un sensor magnético  en su cerebro era la brújula a seguir.

La bruja  asume  la forma de un dingo;  esa noche lograron comer un  conejo que el pequeño y veloz animal atrapó.  Al amanecer el dingo levantó sus orejas  para moverlas  nerviosamente  hacia el oeste,  algo provenía de esa dirección,  apenas pudo lanzar un gruñido de advertencia para despertar a Lince. Nera  se irguió del duro suelo con un movimiento reflejo,  miraron con desesperación a su alrededor,  unas rocas  en el lado norte  serían  su  salvación , arrastraron lo que pudieron, Lince patea con fuerza los restos de la hoguera; Apra corrió  tras Nera. No muy lejos una polvareda anunciaba  invitados indeseados.  Un  camello bicéfalo  emitió un  sonido característico; montado sobre él, un  gnomo  lo azotaba dando órdenes  imitando  el sonido del animal.

—Oshho, oshho bestia tonta, detente, dijo halando con fuerza las riendas que sujetaban  las cabezas del animal.  Luego espolea  con sus piernas los flancos del  camello, éste se  inclina sobre la tierra, dejando bajar al pequeño hombrecillo.   Se dirigió hacia  la fogata, tocando  los restos:

—Están cerca, le dijo a la bestia.   Su  mirada recorrió lentamente el paisaje, hasta detenerse en el pequeño promontorio de rocas.   Camino lentamente hacia el lugar, dispuesto a  desenvainar  la catana que transporta en su espalda, era quizás el doble del tamaño del hombrecillo, sin embargo la blandió en el aire con una increíble destreza;  el sonido del arma  siseaba en el aire.  Lince fue el primero  en levantarse;  ajustó  la cerbatana a su boca, buscando con su mano el atado en su cintura donde venían los dardos.  El dingo salió del escondite.  Nera siguió oculta, sosteniendo su cabeza entre las manos.

—-Vaya, vaya, dijo Apra, sí es  Sthep Gnomo,  el rey de los mentirosos.

—-Ja,ja,ja, ja, las risas  del hombrecillo  llenaron el aire. Mi amiga Apra, convertida en lo que siempre creí  que eras, una maldita perra!

—De nuevo te equivocas dijo la bruja rodeándolo, soy un dingo,  si fuera una perra ya me hubiera lanzado a tu cuello, arrancándole de un bocado!

—Crees que cruzaré mis manos mientras lo haces, replicó el gnomo  blandiendo amenazadoramente la espada hacia el animal.

—Lince grito:  si te atreves te lanzaré un dardo envenenado!

—Ah vaya, un nuevo sirviente,¿ Qué pasó con el chico anterior  bruja, lo devoraste?  Inquirió  el gnomo.

—Fue  secuestrado por los Mayores, cerca de la Aldea de los Demerios.  Comentó Apra sin darle demasiada importancia al asunto.  

—Los  Mayores? ¿ Qué hacen fuera de sus fronteras?  Pregunta el duende.

—No lo sé, contesta Apra, pero  la fuerza de saurios que le acompaña es numerosa.

—Saurios y Mayores, esto se pone bueno, ¿Qué une a dos enemigos comunes sino la ambición? Vengan, dijo el gnomo, deben tener sed y algo de hambre, no creo que  la caza de anoche fuera suficiente para tres, luego, dirigiéndose a las rocas grita con voz autoritaria:

—¡Vengan, ustedes dos!  Hay suficiente para todos.

Lince  observó  a Nera, ésta se levanta, caminando detrás del rastreador, observando  con curiosidad el camello de dos cabezas y sus  jorobas gigantescas.

El duende mira a la chica, diciendo:

—De dónde has sacado esta joya, debes hacer algo para  ocultar su belleza,  no queremos que caiga en manos del Santuario…¿ verdad bruja? 

Apra  responde con calma.

— Estoy lejos de la Arboleda,  mi magia se debilita, no puedo andar haciendo  transformaciones como si solo tuviera que agitar mi varita, pero tienes razón, haré una pócima de granos, eso será suficiente.

—¿Granos?  cuestiona  Nera mientras todos se dirigían hacia una cañada en aquel desierto.

—No te preocupes, contesto la bruja, será algo pasajero. El gnomo se detuvo ;  miro a Lince diciendo.

—¡Eh tú, busca con tus manos una argolla de metal, pronto!   Mira, cuervos, son los vigías de los Mayores,   no tardaran en enviar una patrulla de saurios.  Vamos, muévete!

Lince   observa con reprobación aquel enano, pensando en que sería tan fácil quitar la catana de la espalda y cortar  la  cabeza del desagradable hombrecillo.  Sus manos  recorrieron con furia el suelo, hasta que toparon con un aldabón de tamaño gigantesco.  

—¡Levántala!  Vamos, no esperaras a que todo deba hacerlo yo, de prisa!  

Lince   levantó con fuerza la compuerta,  unas escaleras surgieron en la oscuridad. El gnomo ordenó a su cabalgadura ingresar primero; el resto le siguió despacio, con temor de caer, pues la oscuridad  reinaba en el lugar.

—¡Deténganse¡ advierte  el gnomo. Cierra la compuerta, escucho la marcha de los saurios.  

Al hacerlo la oscuridad fue total. El hombrecillo  dio una orden: 

—¡ Luz!  Antorchas al lado del sinuoso camino se encendieron.  Poco a poco descendieron hasta  encontrarse en una cueva de  tamaño descomunal, dibujos  concéntricos en las paredes, guiaban el aceite hasta el suelo, donde  caminos paralelos    desembocaban   en una sala enorme.

—¡Maldito gnomo!  Espeto con furia Apra, con que aquí tienes los tesoros que has robado en Arboleda.
—Oh, no te enojes bruja, no soy el único que ha robado en el sitio sagrado… según he oído decir tú has quebrantado algunas reglas de las sanadoras, no es verdad?

Ella gruñe, mostrando los colmillos al duende.

—Eso es, rió él. ¡ Me encanta cuando te enojas!  Dijo mientras  intentaba acariciar la cabeza del dingo. Ella dio una tarasca al aire, amenazadoramente.


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